miércoles, 21 de diciembre de 2011


Terremoto y lucha ideológica

Por Raúl Sohr

El adobe tiene grandes virtudes desde un punto de vista medioambiental. Es uno de los componentes con la más baja huella de carbono. Se produce secándolo al sol y no se requieren grandes desplazamientos como ocurre con el cemento y ladrillos, que demandan mucha energía para su producción. Es por ello que una serie de agencias internacionales de ayuda, junto a grupos de arquitectos, lo recomiendan para viviendas. En el debate sobre cómo reconstruir el país de la mejor manera posible, incorporando criterios ambientales y de sustentabilidad, el análisis sobre el adobe merece atención.

Chile ha aprendido mucho de desgracias anteriores. El país cuenta con avanzados sistemas de construcción antisísmicos que permitieron a la casi totalidad de las edificaciones modernas soportar, en pie, sacudones de proporciones históricas. Está a la vista que los daños son cuantiosos, pero muchos analistas extranjeros aluden a las ciudades nacionales afectadas con admiración. Dada la violencia del terremoto las consecuencias pudieron ser infinitamente más dolorosas.

Así, por ejemplo, Bret Stephens, columnista del Wall Street Journal, el diario más leído por los sectores financieros de Estados Unidos, escribió que el espíritu del economista ultraliberal Milton Friedman “flotaba protegiendo a Chile en las tempranas horas del sábado (27 de febrero)”. A su juicio, “en gran medida gracias a él el país resistió una tragedia que en otra parte hubiese sido apocalíptica… No es casual que los chilenos vivían en casas de ladrillo, mientras que los haitianos habitaban en casas de paja; y cuando llegó el lobo, se las voló”. La diferencia radicaría, según Stephens, en que las políticas de libre mercado de Friedman, encarnadas por los Chicago Boys criollos, llevaron a que el país “adoptara los códigos de construcción más estrictos”.

Las afirmaciones de Stephens desencadenaron un inmediato debate, no sobre la calidad de las construcciones nacionales -sobre este punto, todos coincidían que eran notables-, sino sobre a quién correspondían los laureles. El economista estadounidense Paul Krugman recordó a los lectores del poderoso periódico New York Times que Friedman era poco amigo de los códigos. Los inspectores de obras no eran, a su juicio, los portaestandartes de la liberalización en el sector de la construcción. La idea fuerza de Friedman era desregular los mercados para que éstos pudiesen operar con la mayor libertad posible. En su visión, los códigos eran una forma de gasto fiscal, pues en sus palabras “imponen costos en los cuales usted, en forma privada, puede no querer incurrir”. Por su parte, la ensayista canadiense Naomi Klein, gran impugnadora de Friedman en su libro “La doctrina del shock”, señala que el código que contiene el grueso de las medidas antisísmicas data de 1972. Es decir, antes de que los Chicago Boys rigieran el país.

En rigor, Chile ha hecho un duro aprendizaje a lo largo de su sacudida historia, y ello se ha plasmado en la Ley General de Urbanismo y Construcciones. Las disposiciones antisísmicas fueron introducidas luego del terremoto de Chillán, en 1939 y, luego del megaterremoto de Valdivia, en 1960, fueron reforzadas para asegurar que las construcciones pudiesen resistir un sismo grado nueve. Más tarde hubo revisiones en 1996 y 2005.

Lo importante es que las medidas antisísmicas salvaron miles de vidas. Se cumplió así el objetivo principal de las normativas, que es proteger la vida de las personas. A fin de cuentas, en todo el país se derrumbó un solo edificio. Otro es el panorama con las viviendas de adobe, donde el grado de destrucción, que dejó muertos y lesionados, es lamentable. De acuerdo al arquitecto José Pedro Campos, del Instituto de la Construcción, que reúne a los principales protagonistas fiscales y privados del rubro, luego del terremoto de 2007 en el norte del país, se aconsejó: “No reconstruir en adobe en viviendas mientras no exista una normativa”. De hecho, hoy la construcción en adobe es ilegal, puesto que los municipios no otorgan permisos.

El adobe tiene grandes virtudes desde un punto de vista medioambiental. Es uno de los componentes con la más baja huella de carbono. Se produce secándolo al sol y no se requieren grandes desplazamientos como ocurre con el cemento y ladrillos, que demandan mucha energía para su producción. Es por ello que una serie de agencias internacionales de ayuda, junto a grupos de arquitectos, lo recomiendan para viviendas. En el debate sobre cómo reconstruir el país de la mejor manera posible, incorporando criterios ambientales y de sustentabilidad, el análisis sobre el adobe merece atención. Las opiniones sobre su futuro están divididas. Hay arquitectos que estiman que su empleo es posible y deseable si se respetan ciertas normativas. Otros creen que en un país tan sísmico como Chile, su uso es riesgoso. Señalan que uno de sus carencias es la dificultad para predecir su comportamiento. Los que así piensan señalan que es preferible utilizar la madera que tiene un óptimo desempeño ante los sismos.

Chile se ha ganado un sitial en la comunidad internacional gracias a la resistencia de sus edificios modernos. Esta es la oportunidad para volver la mirada a las decenas de millares de construcciones rurales que requieren reemplazo. El debate sobre qué materiales deben emplearse no versa sólo sobre sus características técnicas y ambientales. También hay muchos millones de pesos en juego y, por lo tanto, intereses creados que favorecen a unos u otros. La reconstrucción es una oportunidad para asegurar que las edificaciones resistan nuevos embates y sean amigables con el medio ambiente. //LND